Todo estaba preparado: una mesa para cinco comensales con servilletas de colores y un mantel de principios de siglo XX, un candelabro de plata con velas fucsias, una lámpara con adornos florales, sillas de diferentes tamaños, bebidas preparadas con las sobras del champú mezcladas con agua y témpera, música de los ochenta... Solía aprovechar la tarde para organizar divertidas fiestas donde la única asistente era yo. Desde mi azotea escuchaba el griterío y me preguntaba el porqué de mi desdichada y extraña actitud... hoy día, sigo cuestionándome el motivo y, aunque ya no me preocupa, me perturba lo serio que te ponías cuando sonreías.
