Aquel invierno llegó y comenzó a brotar la hierba a mi alrededor. Se me hacía muy sugerente caminar hasta dejar el asfalto y envolverme de vegetación salvaje que me llegaba por las rodillas. Quizás, eso era lo más arriesgado que me atrevía a experimentar, hasta que descubrí que, adentrándome en la maleza, existía un inhóspito lugar cargado de belleza.
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